...el pecho se les congestiona con la baba negra de las emociones encontradas y tanta comodidad de felpa acumulada en la frente va dando paso a irradiaciones concéntricas de estupor amargo, nada los contenta en esas pequeñas fracciones de segundo en las que el mundo les muestra la otra cara, una mueca seca y torva que no saben digerir al vuelo, que les hace preguntarse cosas que no logran formular y cuyas respuestas se encogen con las antenas de los caracoles desconfiados. Las velas de todos sus barcos se agitan contra el viento y no se mecen con las olas. Los zapatos que se pusieron al derecho les hacen daño en los huesillos sobrantes de los pies, y los botones de la camisa no encajan en los ojales de enfrente sino en orificios escogidos al azar. Se detienen a entender cómo la bondad no ha sido consecuencia lógica de un mundo bueno ante su pies, pero las lenguas se les muestran opulentas en denuestos y no permiten que sus desazones encuentren el camino de la calma. Hombres buenos, animalitos por momentos subvertidos en el azar de los encuentros, de los choques de poder entre los bichos y los sueños, gordos entumidos de cabeza y flacos de cordura. Valen oro por sus buenas voluntades. Pero no hay quién les pague el precio que merecen. Todo irrumpe a saco y deja sus casas arrasadas. (...)
Aquí se leen (o se solían leer) los ejercicios de escritura automática de un tipo al que le encanta levantarse tarde... pero no puede.