Aquí se leen (o se solían leer) los ejercicios de escritura automática de un tipo al que le encanta levantarse tarde... pero no puede.

Gatos sin dientes que piden un poco de leche

Hipopótamos indigestos de filosofía a los que la risa les hace una mueca desde el otro lado del pantano. Un niño gitano que sabe el triple que todos los del barrio y reparte frasecitas en papel mantequilla en las que como un brillo que naciera en las esquinas ilumina mentes y despeja bestias atragantadas de problemas. Neveras bien organizadas dispuestas como floreros en los balcones. Vidrios deformantes por los que una niña podría entender la histeria que apura las caries de su madre. Tal vez frenar de vez en cuando valdría la pena. Poner el pie sobre el asfalto y bajar un minuto del troncomóvil. Mirar sin afán el paisaje que se ofrezca. Y pensarlo dos veces antes de pasar a la siguiente frase. Pero juego es juego y así se juega este. Disparando dardos de mermelada a los ojos de la luna. Golpeando con manzanas acarameladas el costado del centro comercial. Hiriendo de indiferencia las vitrinas y poniendo enormes monigotes parlantes en los corredores de cada establecimiento que expenda baratijas. Monstruos casi de carne que enseñen que el secreto de la vida está en comer a toda hora, lanzar billetes al retrete y colgarse cuanto trapo extraño y caro pase por delante. Nivelar el ritmo de la mente con un poco de queso dulce. Esencia de vainilla envuelta en hojas de plantas recién brotadas. Y distraer los dedos saltando de roca en roca hasta que su propia torpeza los deje ir a reventarse al fondo del acantilado. No dejarse vencer por la pereza de morirse niño. No azorarse ante el embate de ojos verdes de los hombres de armadura. Copiar canciones sencillas en la superficie de tus muelas. Y dedicarte a cantarlas entre murmullos por la orilla de todos los mares que valgan la pena ser pisados. Acariciar los lomos de los libros como alentando caballos diminutos. Y hacer que de sus bordes nazcan pequeñas plantas trepadoras que sin prisa pero sin pausa te encierren en una agradable red constríctor que haga para ti las veces de verdugo. (Tiempo de escritura: 7’ 43”. Edición: 3’ 25”)