Aquí se leen (o se solían leer) los ejercicios de escritura automática de un tipo al que le encanta levantarse tarde... pero no puede.

Integro un melocotón hirviendo a mi rango de acción...

...Separo la piel ardiente y la pongo sobre un libro abierto. Cierro ese y todo los demás que andan regados por ahí y ordeno con un golpe que sepan conservar la calma. Deterioro algunos trozos de periódico que pastan aquí cerca, y renuncio a degustar los titulares de hace varios días. Las plantas que asoman entre las grietas del suelo piden algo que no entiendo, pero asiento y les entrego un objeto raro que las deja satisfechas. Dirijo mi mirada hacia un sombrero que alguien olvidó, y se posa sobre mí como esperando. Pasa un ave distraída que me pide algún consejo. Le digo sé discreta y no sé si alcanza a oír. Pasa un aeroplano con aires de perdido y se acurruca entre las hojas secas. Un insecto de antenas encogidas y papeles en los ojos intenta darle alientos pero es inútil porque se deshace sin hacer ruido. Lanzo un silbido sin estrépito y nada vuelve a la normalidad. Pienso en cualquier letra por dejar que pase el viento y el resultado sigue siendo igual. Le doy la bienvenida a las jirafas de madera que llevan hilitos de nylon atados a los dedos para poder seguir el ritmo, y un pastel de frutas secas se ofrece a acompañarnos. No sé cómo asumir todo esto. Y entrego mis pistolas para no tener que responder de cualquier forma. (Tiempo de escritura: 7’ 56”. Edición: 2’ 26”)