Aquí se leen (o se solían leer) los ejercicios de escritura automática de un tipo al que le encanta levantarse tarde... pero no puede.

Nacían en pequeños puertos junto a las rocas...

... Daban tres miradas alrededor y se lanzaban con la panza al viento sobre la corriente tumultuosa. No sabían en qué dirección nadar para saciar el hambre, pero se regocijaban en cada brazada y en cada nuevo trago de agua salada que embocaban. La sensación de hartazgo tardaba, pero de buche en buche su piel entera se iba colmando por dentro y por fuera. Sobre la raya del horizonte las nubes estallaban en partículas filosas y el ruido que se producía llegaba sordo, desplegado a la manera de las sábanas raídas sobre la superficie marina. Ciertas algas comprendían el mensaje de la atmósfera que se formaba, y con el habitual paso lento de las plantas acuáticas adoptaban posiciones seductoras, de raíces superpuestas como piernas y brazos vegetales aferrados a bloques más compactos. El nado se adaptaba a las vacilaciones del entorno susceptible, los brazos se hinchaban y vencían, se expandían y forraban según la intensidad de las columnas de agua vertical o replegada. Bajo el agua un rumor de plancton enardecido atemorizaba algunos peces de poca envergadura, pero los más robustos tenían la certeza de que lo que se gestaba era soberbio. Aletas poco vistas se acercaban a la zona, picos cuneiformes sobre torsos de una redondez más que apretada. Nubarrones de pequeña voracidad preparaban espirales de potencia desgarrante. La luz era filtrada por las nubes turbias. Chorros de rosa y verde sucio golpeaban contra todo en una danza lenta, pegajosa, en la que ninguno de nosotros podría haber sobrevivido.