Aquí se leen (o se solían leer) los ejercicios de escritura automática de un tipo al que le encanta levantarse tarde... pero no puede.

Siete bulldozers en manada pueden hacer tanto como una oveja enardecida

Los ojos que se les quieren salir de las órbitas y bajo su mentón se apelmazan los tiempos del pasto fresco. Hicieron bien los antiguos maiceros en desertar al borde del atlántico. No pasaba nada entre los cocos y entre las frondas nuevas probaron el dulce sabor del chicle interoceánico. Un algo de ballena y de batata recorre las nubes amargas de los cultivadores de cebolla. Sus tristezas nos son nada comparadas con los mares de lágrimas atentas con las que destierran los amores inventados a cada minuto. Gastar dinero en paños limpiadores puede ser mejor que aficionarse al juego interminable del azar. Y sin embargo para emprender cualquier proyecto conviene adicionarle unas gotitas de caos al coctel. Ni siquiera los bufidos de quienes rugen exigiendo frases dignas pueden espantar a los gallitos de pelea que se baten en el ring de los dados hechos letras arrojadas con pistola de bengala. Joyas pueden estar lejos de ser. Pero determinar su destino en un puchero puede ser igual de equivocado. No hay nada de malo en coleccionar trozos de basura bien seleccionada, y empastelar bajo el hojaldre los hallazgos intuitivos de los buscadores de piedritas. (Tiempo de escritura: 4’ 32”. Edición: 2’ 53”)

Largar la carrera de brujas y darle a cada una un beso en la frente

Pedirles que te traigan turrones de dientes de conejo embadurnados con anís. Soltarle la soga al duende y enseñarle a caer parado en tres saltos mortales. Introducir tu entrecejo en un zapallo y dedicarle horas al estudio de las semillas de hortaliza enorme. Preparar algún discurso en caso de que los viejos anacoretas te reclamen por tu falta de emoción. Y despistar las burradas con golpes de hombro. Si un lugar común te manda una tarjeta de invitación, puedes simplemente hacerlo pasar, ofrecerle un tinto envenenado e invitarlo a seguir la ruta del sanitario. Depende un poco todo esto del talante de tu mascota de turno. Porque si se trata de bulldogs apaleados en su infancia es posible que nada fructifique. Que un colmillo asestado en el lugar erróneo te deje viendo oscuro por el resto de tus días. O que de pronto bailes el foxtrot diabólico con los personajes incorrectos. No reduzcas tu mirada al estertor. Alimenta de frutas en papilla tus oídos, y degusta el zumo de naranjas con la punta de tus tímpanos. Reduce tus gustos a la mermelada de limón. Y bébela a chorros por los poros de tus manos. Invéntate una disculpa cuando lleguen los leones. Y hazte compinche de quien replique que la suma aleatoria de palabras da lo mismo que un pepino cohombro secándose al sol en medio del desierto. (Tiempo de escritura: 6’ 03”. Edición: 3’ 20”)