Aquí se leen (o se solían leer) los ejercicios de escritura automática de un tipo al que le encanta levantarse tarde... pero no puede.

Una nube tiene todo el derecho...

...a ser una nube gorda, hinchada, y a no parecerse a nada. Si uno no entiende esas cosas está destinado a ser un buscador de muñequitos tontos por el mundo. No pueden ser los gatos los llamados a limpiar la faz del planeta de malos conductores. Eso sería tan terrible como hacer estornudar al peor de los gigantes. Si algo no va bien, dalo por perdido o cómprate un motor infalible marca Acme y pónselo en la nariz. Si algo interrumpe tu trabajo haz de cuenta que no ha sucedido nada y suénate la nariz con algún pañuelo hallado en el piso. El arte de estornudar es duro y exige paciencia. No se pueden tener afanes por decir cosas sabias ni por deslumbrar. Es sencillo en teoría eso de dejar bailar a los dedos como locos, pero lo duro vine cuando se quiere tener el control del caballito que se ha puesto en marcha. Por eso, diría un sabio zen, la clave es hacerse la rama de bambú, y dejarse doblar por cualquiera que sea el viento que sople. Por ejemplo ahora, que sobre la arena se dibuja ya la cara imprecisa de una horrenda frase, uno quisiera ceder a la tentación de mandar todo a la porra de un manotazo. Pero se pude pisar la arena, como pisando una almohadilla, y dejarse morder por las burbujas de las olas tarareando una canción que dice: “barambaóoooo, alé-jaté- que yo no soy, un ju-gue-téeee…!” Tiene sus derrotas y sus triunfos, el arte de estornudar. Y mucho va en la paciencia de quien escribe. Porque los estados de trance creativo no vienen así porque sí… que porque ya almorcé entonces me voy a sentar un rato a estornudar. Lo más probable es que el resultado sea un estornudo indigesto, pesado, lleno de lentitudes gástricas. Pero bueno, con paciencia y sin parar va uno y se encuentra de pronto con el fuego de la conexión literaria y pisa fuerte y sale vivo de un corto paseo por algún fresco y relajante infiernito de media tarde…
(Tiempo de escritura: 8 minutos, 15 segundos. Edición: 3 minutos, 23 segundos)

Ver caer las orugas...

...desde el borde de una mesa. O sentarse a observar durante horas la lenta marcha del enano del frente. Visitar por períodos cortísimos la jaula del tití del zoológico vecino, o degustar el suave amargo de los excrementos de paloma. Una abuela puede ser víctima de cualquiera. Uno puede darle un golpe en el cuello a traición y llevarla en brazos a un sitio descampado. Y allí, mientras ella despierta de su sueño forzado, un ser amable puede por ejemplo contarle cuentos infantiles al oído, darle gotitas de aguamiel o acariciar su frente con endebles hebras de pasto. Puede también dejar que sobre su piel las hormigas abran caminos de pionero, y que algunas mariposas planten huevos en el lóbulo de alguna de sus flácidas orejas. Si alguien pregunta qué ha pasado, qué hace una mujer tan entrada en años ahí acostada en la grama al calor de la tarde junto a un hombre tan joven, la respuesta es muy sencilla: “es mi abuela, y a ratos siente una fatiga enorme que la obliga a buscar reposo”. Y así puede uno seguir su trabajo, su misión, su linda obra de empatía. (Tiempo de escritura: como 5 minutos con tres interrupciones. Tiempo de edición: 3 minutos de un tirón. Las siguientes entradas serán cronometradas científicamente.)