Aquí se leen (o se solían leer) los ejercicios de escritura automática de un tipo al que le encanta levantarse tarde... pero no puede.

Despedirse sin querer y salir por la puerta de atrás sin darse cuenta

Patear las canecas de basura y ponérselas de sombrero a la señora de rulos que otea el horizonte desde su ventanita de flores. Al señor que seca la ropa en el balcón de encima insultarlo con términos salvajes, espetarle denuestos sin definición aparente y tildarle de loco por la manera en que se peina las cejas. Si a los pájaros del ventanal de más arriba se les abriera la jaula, el edificio entero ardería de escándalo. Pájaros sin plumas, aletargados por el abuso del Seconal. Aves de rapiña venidas a nada a punta de espantos y tratos impersonales de parte de sus amos. Se les deja ahí encerradas por conmiseración. La mujer que canta en la terraza no ha podido superar el duelo. Y la vida la mastica entre grumos de tabaco que compra baratos en la tienda de la esquina. José que le vende picadura ha intentado hacerla entrar mil veces en razón. No coma tanto ají con cigarrillo, Teresita, vea que eso poco a poco le abre un hueco en el cerebro. Pero ella a lo sumo le mata un ojo o le empina una ceja y vuelve a sus oficios de ama de casa sin esposo. La vida corre suave, pero con una música de fondo endemoniada en el edifico Arturo de la calle 12, donde los automóviles no se detienen nunca por miedo a ser violados. Donde las horda de niñitos con los dientes afilados van haciendo historia. Y donde las mujercitas son llevadas pronto a otros sitios antes de que le tomen afición al los bailes de garaje. Fiestecillas inocentes en las que a las mayores de once años se les da carta blanca para moler a palos sus deseos contra el primero que les atraviese. Se ha pensado encerrar todo el sector en una malla. Pero sería una atracción turística demasiado cara. Y quizás sólo tenga interés para dos o tres pintores o cronistas huérfanos de tema. (Tiempo de escritura¨6’14”. Edición: 3’27”)

Caballitos con la boca pintada

Tropeles de orugas meditabundas. Escuelas de floricultura para sepultureros. Troncos de piel de sapo. Esforzarse en serio por que nada hile. Ella miraba como un puñal de mimbre. Sus orejas destilaban ron aguado. Sus zapatillas de oro falso se deslizaban entre trituradoras de piedra. Para qué los estornudos. Para no dejarle todo eso de hacer frases al azar a las computadoras. Para jugar a que se vale pegar palabras con clavos y cinta adhesiva y a que el resultado puede servir incluso para tapar filtraciones en el techo de tu casa de cartón. Agriétale los ojos a tu mascota. Siembra en ellos semillas de alcaparra o aceituna. Bríllale los huesos con algún químico fuerte y dedícale canciones de amor de hacer tres décadas. La mujer que viene allí se llama Dora. Anda de afán porque la gente le quiere hacer daño. Pero eso aún no lo sabe a ciencia cierta (a ciencia cierta es una frase fea) y aunque algo presiente no está del todo segura. Se le ha corrido el maquillaje de semillas africanas, pero cree que es por la lluvia. El corazón le hace cosquillas y algo eléctrico y enredado gira dando tumbos por sus ventrículos. La odian. Es mucho el daño que ha hecho. Y va a ser azotada con pastillas de menta envenenadas. Morirá feliz, en todo caso. Pero por ahora sólo es un presentimiento. Una extraña sensación de que corre peligro. Y por eso anda de prisa. Fofa y floja alguna literatura puede llegar a ser. Pero en el mundo del estornudo todos somos inocentes. (Tiempo de escritura: 5’ 53”. Edición: 4’ 36”)

Y entonces se prende la máquina,

...por los poros del teclado algunos estallidos minúsculos brotan humeantes y delgados. No quiere uno sino ver emerger demoniecitos locos por entre las letras negras, ver la cara de uno que otro dragón saludar sin asco como a un viejo amigo, y que de pronto alguna garra de tamaño medio pellizque una uña, la primera falange, un dedo entero y lo arrastre a uno bajo las teclas. No hay por qué sentirse asfixiado entre el polvo de tantas horas de escritura barata. Es la vida. Y los insectos menores algo deben comer. No creo que haya diferencia entre pintar bonito y pintar bien. Y aunque esa sea una frase que jamás suscribiría, sigo pensando que escribir de afán también es escribir bonito. El sólo tecleo ya es hipersensibilizador (¡uy!), arrullante, jalador de pensamientos, un mantra de oficina que te puede hacer pasar muy gratos ratos, a ratos, y sobre todo sin el ambiente no hay patos. Puede uno luego asomarse al corredor. Asegurarse de que no haya moros en la costa y sacar del maletín los implementos. A la larga, todo brota como de un tirón. Cuando los tubos y los alambres y el complejo andamiaje que has preparado estén listos, sólo enciende la mecha porque lo demás vendrá de un solo golpe. Ese “blam” enorme con el que lo has mandado todo lejos es tan promisorio que esta noche, por lo menos esta noche, podrás dormir como el dedo gordo de un bebé. (Tiempo de escritura: 5’ 26”. Edición: 3’45”)

Si uno se pone un disfraz de enanito…

…corre el peligro de darse por bien servido antes de tiempo, porque cuando un perro late por la ventanilla es conveniente no darle demasiado aliento. Siempre que alguien libere una endorfina organícele una marcha, prepare con sus compadres un bonito cortejo por las principales avenidas de su ciudad y junto a la banda municipal díganle todo lo bueno que hacen por la humanidad. No se detenga nunca ante las puertas de una carnicería más tiempo del necesario. Habla eso muy mal de usted. ¿Qué necesita pensar tanto alguien antes de comprar un trozo de carne? ¿Acaso no sabe bien cuánto dinero tiene en el bolsillo? ¿Acaso está pensando en algún tipo de corte que sorprenda al carnicero? ¿Está haciendo cuentas y cree que tal vez ya ha llegado la época de la carne de conejo? No. Ante las puertas de un carnicería no hay que pasar más tiempo del necesario para olfatear. Si apesta demasiado, siga su camino. Si no apesta, siga su camino. Si huele a carne fresca, húmeda, madura, sangrante y joven, deténgase, y extienda el dinero que tenga, pida lo mejor que le puedan dar por eso. O pida solomito de una buena vez y coma rico. Si no tiene plata para solomito, baje sólo hasta punta de anca. De ahí para bajo ignore todo hasta llegar al hígado. Ahí sí está la sustancia buena. El hierro. La vida. El meollo. Hígado y menudencias bien pueden llevar un hombre a viejo… (Tiempo de escritura: 4’55”. Tiempo de edición: 3’51”)