Aquí se leen (o se solían leer) los ejercicios de escritura automática de un tipo al que le encanta levantarse tarde... pero no puede.

Y entonces se prende la máquina,

...por los poros del teclado algunos estallidos minúsculos brotan humeantes y delgados. No quiere uno sino ver emerger demoniecitos locos por entre las letras negras, ver la cara de uno que otro dragón saludar sin asco como a un viejo amigo, y que de pronto alguna garra de tamaño medio pellizque una uña, la primera falange, un dedo entero y lo arrastre a uno bajo las teclas. No hay por qué sentirse asfixiado entre el polvo de tantas horas de escritura barata. Es la vida. Y los insectos menores algo deben comer. No creo que haya diferencia entre pintar bonito y pintar bien. Y aunque esa sea una frase que jamás suscribiría, sigo pensando que escribir de afán también es escribir bonito. El sólo tecleo ya es hipersensibilizador (¡uy!), arrullante, jalador de pensamientos, un mantra de oficina que te puede hacer pasar muy gratos ratos, a ratos, y sobre todo sin el ambiente no hay patos. Puede uno luego asomarse al corredor. Asegurarse de que no haya moros en la costa y sacar del maletín los implementos. A la larga, todo brota como de un tirón. Cuando los tubos y los alambres y el complejo andamiaje que has preparado estén listos, sólo enciende la mecha porque lo demás vendrá de un solo golpe. Ese “blam” enorme con el que lo has mandado todo lejos es tan promisorio que esta noche, por lo menos esta noche, podrás dormir como el dedo gordo de un bebé. (Tiempo de escritura: 5’ 26”. Edición: 3’45”)

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