Aquí se leen (o se solían leer) los ejercicios de escritura automática de un tipo al que le encanta levantarse tarde... pero no puede.

Encontrarte una moneda y gastarla de inmediato en un cigarrillo que no te fumarás

Coleccionar recortes de prensa y guardarlos en cualquier bolsa imaginando que las frases podrían componer historias mejores que las tuyas pero archivarlas en un cajón que nunca abrís. Dirigirte indiferente a la vecina de tu amigo y contarle en tono grave ciertas complicaciones de salud que sólo a él le atañen. Jugar a lustrarte los zapatos con la bota de los pantalones de tus compañeros de vagón en un metro de seis y media de la tarde. Arrojar un libro nuevo desde la ventanilla de un carro sin importarte nada que en diez minutos haya sido reducido a un amasijo de hojas empolvadas. No distinguir entre la cara de uno u otro ser humano por un rato y suponer que todos son viejos conocidos. Comprar un par de kilos de solomo extranjero y pasearlos por un parque apacible afilando una navaja como quien no quiere la cosa. Desintegrar con un silbido la ilusión y tomar un taxi de repente. Ver llover hasta que todo se te olvide. Informarle a la central de policía que un pedazo de papel no ha parado de dar vueltas hace más de media hora en un remolino que lo tiene arrinconado en la calle tal con la carrera tal. Inclinar tu cuerpo en una venia agradecida ante cada nueva cara que te alegre. Y pedir la hora con susurros a las ancianitas que paseen perros mansos. Vivir así. (Escritura: 5’33”. Edición: 4’12”)