Aquí se leen (o se solían leer) los ejercicios de escritura automática de un tipo al que le encanta levantarse tarde... pero no puede.

Lijaban sin poder siquiera detenerse a dar una mirada alrededor...

...Los dedos ya eran fibrosas masas abotagadas por el calor del roce. Las uñas habían engrosado su carácter, y bajo la cutícula purpúrea algo espeso se movía lento. Las articulaciones de la mano crujían a cada movimiento, pero el fragor de la faena parecía limar las asperezas que asomaban entre hueso y hueso. Los tendones cumplían su función pese a la evidente capa de óxido que intentaba sofocarlos. Y el aire caliente no era alivio para nada. Bajaban por los hilos de las lámparas hileras de insectos encendidos, pero perdían la vida al menor contacto con la mesa. Ojos temblorosos preferían conservarse en la paz temporal del aserrín acumulado sobre el suelo. Cuadernos manchados llevaban sin esfuerzo la contabilidad perfecta de cada herida provocada, y en un vaso de agua sucia esperaba su turno un racimo de cuchillas. En las junturas de los muros se dibujaban ya los paisajes premonitorios de archipiélagos de hongos. Las esporas se arrojaban por espasmos al ambiente. Y algunas pieles aún vivas no soportaban el contacto corrosivo. El chirrido de la máquina era inaudible desde hacía varios meses por atrofia de todos los oídos. Pero si alguna cosa viva se acercaba por los menos a kilómetros, podía sentir la vibración aguda que brotaba del pequeño cobertizo salvaje que alguien había instalado algunos metros bajo tierra para probar con carne y músculos la capacidad de tolerancia a la tortura de ciertos organismos agitados.