Aquí se leen (o se solían leer) los ejercicios de escritura automática de un tipo al que le encanta levantarse tarde... pero no puede.

El tren se deshace pero salta de alegría...

...Las guitarras que alguien lleva en un saco de alambres parecen tronar al ritmo del destartale general. Un banco en el que vibran las nalgas empapadas de siete u ocho negras vestidas de colores, no se inmuta aunque la tarde sea para él un descargar de bofetadas. La puerta del cajón superior en la que viajan las gallinas está a punto de venirse abajo, y los excrementos de las aves son usados por algunos para decorar sus pómulos con gesto de indios agitados. El tambor que el hombre del rincón usa como almohada se ha unido murmurando a la canción que nadie sabe pero de la que todo el mundo ensaya un trozo, puro ritmo contagioso que no se sabe ni dónde ni por qué. Un tarareo bajito entre la caja de dientes le regala al cuadro general un ancianito aperezado que lleva en sus ojos la marca de las muchas rumbas en que se jugó las cartas de la juventud. Pero es un murmullo alegre, de hoja de limón soplada entre los labios con confianza sanadora. Una mujer joven de cinturón ceñido al talle alcanza a imaginar al viejo cuando aún el polvo de los años no se le arremolinaba entre la boca y lo dejaba tan seco como ahora. Y lo ve lustroso de cabeza, firme de brazos y seguro en el baile. Piensa que el pobre viejo mueco debió haber sido un buen galán y no encuentra alrededor a un solo joven que le llegue a él a los talones. De otro vagón se dejan venir cuatro cinco hembras ya maduras pero entonadas quién sabe con qué tragos fuertes y picantes. Porque entre el baile que no deja ni contarlas estiran brazos y palpan carnes por aquí y por allá, lo más redondo y lo más tieso sin importárseles pedir una disculpa o un permiso, el todo es palpar. La ráfaga de vientos improvisados con tubos de papel y chiflar de dedos se derrite entre el fragor dancero que no se alcanza a digerir y que parece esponjarse como embriagado en levadura de pasos y pisadas y agitar de tuercas y latas de tren viejo y poco mantenido en el que de un día para otro una tripulación irresponsable ha dejado que todo se vaya convirtiendo en una agitada masa humana en la que difícil distinguir un brazo de un miembro asfixiado de placer o una cabeza de hombre de la pelambre enmadejada de una vieja sometida de repente por una coquetería ya olvidada. En los pueblos silenciosos al borde de la carrilera que de vez en cuando se ven perforados por semejante ráfaga de ruidos, queda en el aire la sensación de que hacia alguna parte y con toda la prisa se aventará Lucifer a esas horas acompañado por su tropa de sobrinas peligrosas. (Escritura: 9’ 26”. Edición: 6’33”)