Aquí se leen (o se solían leer) los ejercicios de escritura automática de un tipo al que le encanta levantarse tarde... pero no puede.

Siete bulldozers en manada pueden hacer tanto como una oveja enardecida

Los ojos que se les quieren salir de las órbitas y bajo su mentón se apelmazan los tiempos del pasto fresco. Hicieron bien los antiguos maiceros en desertar al borde del atlántico. No pasaba nada entre los cocos y entre las frondas nuevas probaron el dulce sabor del chicle interoceánico. Un algo de ballena y de batata recorre las nubes amargas de los cultivadores de cebolla. Sus tristezas nos son nada comparadas con los mares de lágrimas atentas con las que destierran los amores inventados a cada minuto. Gastar dinero en paños limpiadores puede ser mejor que aficionarse al juego interminable del azar. Y sin embargo para emprender cualquier proyecto conviene adicionarle unas gotitas de caos al coctel. Ni siquiera los bufidos de quienes rugen exigiendo frases dignas pueden espantar a los gallitos de pelea que se baten en el ring de los dados hechos letras arrojadas con pistola de bengala. Joyas pueden estar lejos de ser. Pero determinar su destino en un puchero puede ser igual de equivocado. No hay nada de malo en coleccionar trozos de basura bien seleccionada, y empastelar bajo el hojaldre los hallazgos intuitivos de los buscadores de piedritas. (Tiempo de escritura: 4’ 32”. Edición: 2’ 53”)

2 entusiastas que decidieron alimentar la máquina:

Andrés dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

Steve Vai toca la guitarra en medio de la playa, en la misma en la que jugaba, haciendo arabescos, Pablo Picasso, mientras Raymon Chandler lo observaba extasiado. Sin prisa, sin pausa, como esas grafías orientales que dibujan algunos artistas con agua, esas letras chinas, obras de arte efímeras, que desaparecen ante la caricia del viento. Una tarde me dio por comenzar este ejercicio tan efímero como esas letras, no con el mismo resultado, mientras el ventilador hiere mis ojos, y la ventana está mal cerrada, el aire se escapa y se combina con el otro aire tibio que viene desde el árbol del frente, ese mismo en el que se chocan las notas de la canción de Steve Vai, y hasta donde llega el rumor de el agua evaporándose, el agua de la caligrafía china.

Andrés Puerta